Si el Espanyol es tan grande es porque su gente tiene una capacidad de resistencia encomiable, que le ha llevado a aguantar y a seguir fiel a los colores blanquiazules a pesar de los intentos del pensamiento único deportivo de “convertirlos” a la “fe” azulgrana. Y todos nos hemos ingeniado estrategias para sobrevivir y para devolverles la pelota. Un policía local de una localidad costera de Cataluña, poseedor en su hogar de un buen número de carnés del Espanyol, siempre seguía la misma estrategia cuando tenía que poner una multa de tráfico. Si el infractor tenía una pegatina del Barça en su vehículo, entonces sacaba un bolígrafo azulgrana, con un escudo bien grande, para rellenar la sanción y para que el afectado “disfrutara” del momento.
Otros optaron por la “acción directa”. Juan Francisco Garrido, que posee un bar en Santa Perpetua, lleva treinta años dando con los cafés sobrecitos de azúcar con el escudo del Espanyol, para demostrar su amor a nuestros colores. Ahora es un hecho normalizado, e incluso simpático, pero hace dos décadas tenía que escuchar todo tipo de comentarios. Y un buen amigo mío acabó con las existencias de gomas “Milan” cuando los de Berlusconi le amargaron la final de Atenas a los del Dream Team, y las repartió entre todos sus amigos barcelonistas para que “borraran” su disgusto. Gracias a estos pequeños momentos de placer, y a goles agónicos como el de Jonathan contra el Getafe, los pericos somos cada día más fuertes. Por cierto, un abrazo al de Pont de Vilomara, y espero que esa diana le dé toda la moral necesaria para triunfar en el primer equipo.(Artículo publicado en AS por Sergio Fidalgo)
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